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Foto del escritorAlba Pelegrin

Mood: un nuevo género musical.

Si te pidiera que me describieras tus gustos musicales, ¿Con qué me contestarías? ¿Un género? ¿Un artista? ¿Una tendencia en general?



Hace unos meses, Spotify anunció su 2021 Wrapped de una manera muy diferente a la que estamos acostumbrados. Y es que esta vez, nos describía nuestros gustos musicales con una imagen, más concretamente un conjunto de gradientes combinados entre sí que daban lugar a una especie de ‘’aura’’. Además, esta imagen iba acompañada de dos adjetivos que describían tu ‘’mood musical’’: eufórico y atrevido, feliz y acogedor, energético y brillante, y oscuro y concentrado eran solo algunas de las duplas.


Estas palabras clave se elegían a partir de los datos recogidos, reduciendo los complicados matices del gusto a simples palabras descriptivas que indicaban tu estado de ánimo más común durante el último año.


Programado mediante la agregación del historial de escucha de cada usuario y la creación de un conjunto de datos que describen el estado de ánimo, Audio Auras calcula el porcentaje en que las preferencias de escucha de cada usuario coinciden con los seis estados de ánimo definidos. El porcentaje calibrado genera entonces un mapa de colores que visualiza los dos estados de ánimo clave más emblemáticos estadísticamente del usuario.



Proyectos como éste son los que nos hacen preguntarnos cada vez más: ¿sigue siendo el género tan relevante para describir nuestro gusto musical? En un mundo donde Rosalia se considera una artista de ‘’flamenco-pop-trap-rap-indie’’ y en el que en Spotify podemos ver playlists llamadas ‘’Country Pop’’, dudo que etiquetar una canción por ‘’hip-hop’’ o por ‘’Rock’’ signifique mucho. Eso sin contar con los innumerables géneros que han ido surgiendo para intentar ser cada vez más específicos como, por ejemplo, el caso de la electrónica: House a secas, Future House, Dark House, Melodic House, Acid House, Techno House y un sinfín de subgéneros más.


Cuando se utilizan una serie de definiciones históricas para determinar lo que es o no es música, los nuevos sonidos quedan inevitablemente encajonados por las concepciones existentes de lo que la música "debería" ser. En este sentido, los artistas, en su búsqueda interminable de encontrar un sonido único, desafían cada vez más los géneros. Y el público también.


Y no sólo están evolucionando los tipos de música, sino que también está cambiando la manera en que la gente escucha la música, como demuestra el aumento del ‘’selfcurated’’ o la autocuraduría. Los servicios de streaming fomentan activamente una cultura de consumo musical cada vez más personalizada.


Muy lejos recordamos los días en los que la gente se sentaba esperando junto a su tocadiscos, escuchando cada canción en el orden del álbum, sin poder pasar ni una sola canción. Entonces era todo o nada. Y no había quejas. Si querías escuchar la canción número 11 del álbum tenías que pasar sí o sí por las 10 anteriores.


Los oyentes -especialmente los más jóvenes- no se preocupan por la categoría de cada canción, sino por lo que les hace sentir. ¿Cuántas veces incluso, habéis escuchado lo de ‘’yo escucho de todo''? La abundancia de listas de reproducción caseras, unida a la popularidad de la experimentación, ha convertido la fijación en los géneros tradicionales en algo parecido a insistir en que el azul representa a los niños y el rosa a las niñas. Vamos, una afirmación de otro siglo.


Aprovechando este colapso de géneros, los servicios de streaming están creando nuevas categorías como "Conduciendo bajo la lluvia" o "Cultura Club" para apartarse de las definiciones puristas y estereotipadas. Responden a esta cultura personalizada de consumo de música adoptando una piedra angular olvidada de la clasificación musical: los estados de ánimo. Y es que al final son los que verdaderamente definen lo que nos apetece oír en cada momento.


¿A qué suena Bad Bunny? ¿A felicidad? ¿A locura? ¿A liberación? La respuesta depende de cada uno y de sus vivencias y asociaciones personales con el artista o la canción en cuestión.


Entonces, ¿cómo categorizan y definen estas plataformas las vibraciones de la música? Un trabajo de investigación de 2015 titulado "Curation By Code: Infomediaries and the Data Mining of Taste" explora este fenómeno investigando The Echo Nest, una plataforma de datos e inteligencia musical propiedad de Spotify. Al analizar "una canción entera en unos pocos segundos y [procesar] la señal en miles de segmentos únicos, incluyendo el timbre, el ritmo, la frecuencia, la amplitud, las sílabas vocales y las notas", el software de The Echo Nest destila cada canción en un conjunto de puntos de datos utilizados para la categorización.


Estas características medibles por ordenador se organizan en grupos basados en lo que el software llama "datos culturales". El programa define las características de cada género y posteriormente etiqueta cada canción. Lo mismo ocurre con el sonido de un artista. Por ejemplo, si "términos como 'soñador' o 'etéreo' se utilizan con frecuencia para describir un álbum de Beach House", The Echo Nest asume una conexión entre estos términos y el sonido del grupo. Toda esta información -obtenida al barrer la web dominada por los jóvenes- ayuda a construir un "cerebro musical" accesible a través de las API (interfaces de programación de aplicaciones). Así, resumidamente.


De este modo, la música es categorizada por la gente, o mejor dicho, por aquellos que contribuyen activamente a las discusiones sobre música en Internet. Al derribar las restricciones del género tradicional, el software de The Echo Nest aporta fluidez al enfoque del público para organizar, encontrar y consumir música. También reduce significativamente los solapamientos por categorías. Mientras que una canción de Kaytranada puede encajar en las categorías tradicionales de electrónica, hip hop, R&B, dance, funk y house, un enfoque de categorización por estado de ánimo -como las Auras de Audio de Spotify- puede considerarla "energética" o "chill".


Uno de los servicios de streaming rivales de Spotify, Pandora, se opone a este enfoque experimental de la selección musical insistiendo en la categorización de la música a través de un sistema de información taxonómica llamado "Proyecto Genoma Musical". El programa se centra específicamente en cinco géneros musicales: Pop/Rock, Hip-Hop/Electrónica, Jazz, World Music y Clásica. Receloso de dejar que Internet categorice la música, el algoritmo de Pandora se basa en un marco diseñado por un equipo de musicólogos.


Por el simple hecho de que el álbum IGOR de Tyler the Creator ganó el premio al mejor álbum de rap en la 62ª edición de los premios GRAMMY a pesar de no ser un álbum de rap, las categorizaciones erróneas en la industria musical no son nuevas, incluso cuando los especialistas están al mando. La idea de agrupar la música por estados de ánimo, reconociendo la política que conllevan los distintos enfoques de categorización de la música, ya sea por la influencia de prejuicios personales problemáticos o por el reto de la representación equitativa, tiene su mérito.

Sin embargo, aunque los límites del género tradicional se desvanecen ante la categorización basada en los sentimientos, surge un nuevo reto: ¿cómo conciliamos el hecho de que la música tiene diferentes impactos emocionales dependiendo de la persona que la escuche? ¿Se sentirán los artistas cómodos siendo categorizados según el estado de ánimo? O mejor aún, ¿qué ocurre cuando los artistas tristes un día de repente se vuelven felices?


A diferencia de la musicología clásica, la categorización por estados de ánimo es dinámica. Evoluciona con los gustos del público y se pone al día con la naturaleza siempre cambiante de la propia industria musical.


Es cierto que la clasificación por estados de ánimo no está exenta de errores, y que hay matices en la relación de la música con la emoción que no se tienen en cuenta con la tecnología actual. También es cierto que el acto de clasificar la música, por definición, da lugar a la exclusión. Pero cuando las categorizaciones erróneas de los géneros se sitúan en el centro de la controversia (véase la eliminación por parte de Billboard de "Old Town Road" de su lista de Country), es razonable suponer que la exclusión basada en la intuición emocional y no en concepciones históricas cargadas se presta a ser menos polarizante y problemática.


Cuando me preguntan por el genero de Rosalía, muchas veces me resulta difícil responder con uno en concreto. Sin embargo, siempre tengo claro qué es lo que me hace sentir, qué emociones me transmite y qué sentimientos despierta en mí. Es por eso que la categorización por estados de ánimo tiene un futuro prometedor: algunas personas no pueden concretar el género de una canción, pero todas pueden decir cómo les hace sentir.

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